The ghosts of lost animals

A Lya

Un día, no hace mucho, caminé entre los pinos, sin pensar otra cosa. Y ahora sentada afuera de una clínica, siento clara la idea de morir algo dentro, en un sentido orgánico.  

Pienso en lo que vive y muere, en ese acto de sincronía como un pequeño recordatorio.

Y sirve como paisaje en esa espera mientras mi gata es analizada.

Sostenida en la idea de la abuela de Camille, siento en la herida de mi dedo, la saliva de mi gata viajando por mi cuerpo para restablecer ese pacto entre nosotras tácitamente respirable desde hace catorce años. 

Me pregunto cosas, mientras escucho la habladuría de los pájaros imponerse vaporosa en esa otra nube densa, nube gris máquina. 

La o el holobionte que soy, mi propia colaboración, mis redes, mis sumas, se pregunta por el sentido de la extinción:

¿sucederá? ¿en qué fecha precisa?

Las plantas tienen en su memoria aquel ser fantasma que las comía. 

Porque alimentarse es cohabitar.

Veo mi propia imagen esquelética heredada, pienso en lo viejo y lo nuevo. En ese ser fantasma colaborador de nuestras plantas del presente, cuyo nombre no sabemos, aquellos que ignoramos pero cuyas nervaduras dice de ancestros comunes. 

Separarme ha sido un verbo doloroso. Emprender viajes, dejar la casa de la madre, deshacer un matrimonio, ver partir rostros amados, dejar de escuchar las voces en mensajes repentinos. Pero ¿qué hay del duelo por lo que muere cada segundo dejando un mundo árido, las ventanas a los pozos primigenios ahora desecados? 

¿Sé acaso el tiempo preciso en el que mi remoto ancestro se separó de un mundo anteponiendo la cortina del lenguaje, estos símbolos que proyecto ahora como ecos de luz? Esto que me transita y me forja, me aleja de la savia.

¿Qué de toda mi verdad humana es la piedra más inútil que no me nombra árbol, río, milpa? ¿Qué tejido de sonidos puedo sostener para tan solo decirle a la gata que me ha acompañado que ella y yo somos nuestro propio ancestro común, que hicimos ese lazo?

Un fantasma nos respira. Se quedará aquí cuando ella parta y quizá se extinga con mi muerte. Esto, sé, es cosa de parentesco y asociaciones, palabras expulsadas del olimpo poético por estridentes  y crudas pero aún así me dicen más de los misteriosos lenguajes que no puedo pronunciar pero me mantienen, en vilo,

respirando.

Miro mis manos buscando esa condición elástica, mi dedo marcado accidentalmente por un colmillo. Miro y anhelo agilidad en mi salto, buscando mi cola imaginaria como esa cazadora discreta, esa pequeña habitante de otra nación con quien compartí tiempo, casa y la calidez del sueño juntas. 

Miro en mi sombra la inscripción que me diga: 

gato, en un mínimo porcentaje

por mínimo que sea:

garra feliz y un cálculo de salto.


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