El día de la Tierra

Hace cincuenta y cuatro años, unas veinte millones de personas se dieron cita el miércoles 22 de abril de 1970 para manifestarse en las calles. Esta cita era una reacción al derrame de petróleo en las costas de California, el mes de enero del año anterior, las estremecedoras imágenes de las aves cubiertas por el líquido aceitoso y negro integraban el paisaje de la devastación daban vuelta por todos los medios impresos y televisivos causando indignación, detonando una movilización importante, no solo por su volumen, sino por las acciones que tuvieron lugar a partir de esa reacción. El nombre clave y promotor de este movimiento fue el senador demócrata Gaylord Nelson, pero detrás de las ideas críticas y propuestas para construir leyes ambientales, estaban los enormes cambios que la industrialización estaba causando en el ambiente, todo aquello de lo que habló críticamente Rachel Carson en Primavera silenciosa. 

La fe en los procesos industriales, la aceleración de la producción en serie, la vorágine mercantil, el progreso científico que pretendía auspiciar las nuevas formas de producción con tecnosolucionismo: cultivos sin insectos, máquinas eficientes para ensamblar productos, para desarrollar tareas y para transportar mercancías y desde luego para aumentar la movilidad de las personas. 

Estas nuevas formas de producción transformaban no solo el paisaje sino también el lenguaje: la naturaleza se volvía recurso, los bosques o los ríos daban servicios, ciertas especies de animales dejaban de ser animales para ser productos alimenticios, y ni qué decir de los cultivos que fueron convirtiéndose cada vez más en monocultivos empobreciendo los suelos. 

Era necesario que la sociedad, o parte de la sociedad, grupos y comunidades que vivían estos cambios vertiginosos, sin límite, sin mínimo principio de reciprocidad con la tierra, detuviera ese entusiasmo irracional y suicida. 

Ante las imágenes del derrame, se articuló la protesta, Nelson y su equipo fueron quienes convocaron a la fuerza colectiva durante un año para congregarse en las calles ese 22 de abril,  en aquello que se llamó el Día de la Tierra.

De alguna manera también se articuló una relación de fuerzas, ante el progreso irracional, el intento de frenar y reconstituir. Esta fuerza a veces alcanza lo perverso: sucede el destrozo y luego las regulaciones para evitar futuros destrozos, aunque siempre habrá destrozos porque una cultura social basada en la explotación de cuerpos humanos, no-humanos, orgánicos o geológicos es la base del sistema mercantil que nos rige. 

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Para mí, el día de la Tierra, es en mi infancia, todos los días en los que podía jugar en la misma tierra, amasando, haciendo brebajes con las , flores de bugambilia, hablando sola en un jardín con esas presencias fantasmas que imaginaba escondidas entre las plantas, ahí había algo entre curativo y nutricio. Los árboles que daban fruta, los visitantes comunes: pájaros o lagartijas o los inusuales como una falsa coralillo que apareció sin que nadie se explicara nunca cómo había llegado ahí. Esa infancia me parece lejana, menos por el tiempo y más por el alcance de las narrativas que me fueron cercanas. Qué lejos se me figuran esas posibles maneras de habitar en viviendas cercanas al suelo, a la tierra, acudiendo a las citas con pequeños animalitos como las cochinillas quienes al sentir el roce de un dedo se hacían bolita, o mirar las catarinas y las visita cada junio cercano al día de San Juan de las hormigas aladas (chicatanas) y aunque me daban temor por la contundencia de su aparición, decenas de ellas en las entradas de las casas, establecían ese peculiar calendario meteorológico que cada vez cuesta más trabajo recuperar. 

El día de la Tierra no puede ser solo una fecha de abril, el día de la tierra, nos lo recuerdan varios activistas, ecólogos, ambientalistas, tendría que ser todos los días. Pensar nuestros lazos, sabernos en este planeta como parte de un sistema complejo al que afectamos y nos afecta. La geóloga y escritora Marcia Bjornerud nos recuerda que antes que humanos, somos terrícolas y esa denominación de origen la compartimos con todos lo que está dentro de este cuerpo geológico al que hoy le dedicamos un día aunque aquí vivimos no solo todos los días, aquí fue donde todo comenzó y donde todo terminará.

Todos los días son los días de la Tierra, digámoslo.


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