Sanar los ríos

Existe un ejercicio especulativo que me gusta de una manera particular, es un juego para presentarse ante las personas que integran un grupo de trabajo. La mayoría de las veces estas personas son convocadas en contextos para pensar y repensar el mundo, la vida, el arte, lo que nos importa. No estoy segura de si ese plural es representativo pero quisiera que sea. De alguna manera es un deseo  para mí, para mis personas amadas y para los lectores posibles que estén del otro lado.

Siguiendo esa pauta dado que este es un libre ejercicio de representación, elijo como una identidad preferida especulativa y lúdica la de pensarme como sanadora de ríos. La idea nace de una filtración, como nacen los ríos, la tomo de una identidad imaginada por Marge Piercy en su novela de ciencia ficción: Mujer al borde del tiempo. Desde que la leí no dejo de citarla, en mi vocabulario y mi manera de concebir las lecturas desde hace unos años es expresar que hay que autoras o textos que una “lleva puestos”. Es lo que me pasa con algunos pasajes de esta ficción especulativa que por fortuna sigue tan vigente y cada vez arroja más luz a propósito de una pregunta general: cómo podemos abordar la idea de pensar el futuro. Porque hay que pensar en el futuro. No como una inversión o como un pensamiento pesimista sino en un acto totalmente político. “El objetivo de crear futuros es hacer que la gente pueda imaginar qué quiere o qué no quiere que pase, y quizás hacer algo al respecto”, escribe Marge Piercy en su introducción a una reedición de esta novela cuarenta años después de su aparición. Así tal cual: un ejercicio activo de pensamiento, especulación, lenguaje y proyección.

En varias ocasiones le he escuchado a Alfonso Díaz del Colectivo de Prácticas Narrativas una frase que adopté en mi glosario básico para descifrar el mundo: “nos han secuestrado nuestra idea de futuro”. Ese plural que perpetra el secuestro tiene varios rostros pero se concentra en un solo sujeto que los absorbe a todos: capitalismo desplegado en múltiples sujetos y en acciones concisas: extractivismo, explotación, violencia, despojo. Sin embargo las propuestas que comparte Alfonso en sus espacios de conversación, y la estrategia que le aprendí es, precisamente, pensar en esas grietas o fisuras que me permiten a mí y a todxs a imaginar futuros.

Aquí todo empieza a reunirse así como se reúnen los deltas de un río. Marge Piercy, la idea de Alfonso, los ríos y esta página/cuaderno/bitácora/borrador que ahora sostengo. Connie, la viajera del tiempo chicana protagonista de la novela de Piercy, en su continuo tránsito entre un presente desesperanzador y su viaje a un futuro comunal de “dignidad medioambiental” (como dicen las editoras de Consonni), aterriza en algún momento del relato en una reunión compleja de la comunidad de Mattapoisett. La escena en concreto es una negociación de conflictos: dos integrantes de la comunidad se sientan frente a frente a vivir una mediación ante un problema surgido entre ellxs, la mediadora es Parra, una mujer latina como Connie habitante fija de ese futuro. Parra vive al sur del Río Grande, es una médica de ríos y esa profesión y posibilidad hace a Connie fantasear con una profesión propia en un tiempo incierto:

“Médica de ríos. Aquí, ella misma podría ser una persona así. Sí, ella estudiaría cómo arreglar el paisaje saqueado, curar ríos atorados de basura. Curar el suelo desgastado por la búsqueda de beneficios rápidos con cultivos comerciales. Entonces sería útil. Se gustaría a sí misma.”


Curar ríos, curar el suelo, contar historias, hablar del agua. Entender los ríos, pensarlos vivos, procurar su salud, escuchar sus relatos. 

De alguna manera el deseo de Connie podría ser un deseo sobre el que me gustaría escribir mis propios deseos, no solo por gustarme a mí misma (lo que considero es un gesto importante), sino por la urgencia y el amoroso gesto que eso significaría.

Foto de Sama Vagamontes

En un encuentro hackfeminista mítico para quienes asistimos, hicimos un ejercicio activo de imaginación: trabajamos en equipos con la idea de pensar, ¿por qué no?, tecnologías del futuro. Bajo este término imaginamos una serie de objetos relacionales tanto como los vínculos que se generaban desde dichos objetos. Imaginar tecnologías y prácticas corresponsables,  y es que este era el gran término y con esto me refiero a la gran palabra aglutinante entre nosotras, la palabra origen alrededor de la cual nos colocamos en círculo a pensar en corresponsabilidad que teje en sí dos términos: una ida y vuelta, un circuito en el que una afecta a la otra y, por otra parte, pensar en la responsabilidad como quiere Donna Haraway: habilidad para responder.

Sabemos que los posibles relatos de corresponsabilidad implican no solo un gesto afectivo, uno o varios; sabemos que implica que nuestro entorno nos importe, que las vidas importen las humanas y las no humanas. Sabemos que el curso del agua, desde luego importa y mucho. Alrededor del agua hemos surgido, desde ella y dependiendo de ella. Todo grupo humano a lo largo de la historia tiene un río, un manantial o un pozo, de esa presencia y cercanía surge la posibilidad de permanecer. Y esta permanencia es posible no solo para habitantes humanos sino para toda una serie de poblaciones no humanas que dependen del agua. Compartir y corresponder son entonces dos verbos que están presentes en nuestro ADN, como presentes están los líquidos en nuestro cuerpo:

“Sangre, bilis, líquido intracelular; un pequeño océano embebido, un humedal salvaje en nuestro intestino; riachuelos abandonados que se abren paso desde nuestro interior hacia el exterior, desde el vientre al mundo acuoso:

Somos cuerpos de agua.”

Escribe Astrida Neimanis justo para arrancar su hermoso libro Bodies of water. Se me ocurre que pensar en el agua cada día debería cambiarse a pensar desde el agua, con el agua y quizá con todo tipo de variantes proposicionales nos regresa a través del lenguaje a ese presente perpetuo que es somos de agua.

Renovar las aguas… no sé si sea posible pero al menos el mero hecho de sumergirnos en el lenguaje para materializar el respetar las aguas como un deseo continuo, un pensamiento cotidiano apuntala a una potencia. Vivir y pensar en que el río, los muchos ríos que significan principios de vida no solo para lxs humanxs sino para otras formas de existencia que al igual que nosotrxs tienen derecho al agua limpia, libre de tóxicos, libre de detritus minerales.

Los arroyos en la Iztaccihuatl. Foto de Sama Vagamontes
Los arroyos en la Iztaccihuatl. Foto de Sama Vagamontes

Quiero hacer tribu con el río, con sus formas, sus cursos, sus caudales y también con sus problemas y su salud amenazada. Pienso en un de los ríos principales de este país, el Río Lerma, este río que nace en el Estado de México y llega hasta Jalisco, cuyas aguas han sido enfermadas por la contaminación industrial. Pero también pienso en cómo su gente, quienes habitan por sus zonas tóxicas, piensa en las formas de restituir su salud, o de dolerse con esas aguas turbias por la contaminación y traigo a cuenta la mirada de el colectivo 4+1, integrado por estudiantes de la UAM Lerma. Este colectivo se ha detenido a mirar tanto el río como el cielo arriba de este, tomando  muestras de las aguas, pensar con ellas y sobre todo, llamar la atención a quien llegue por aquí a enredarse en esa Turbiedad de las aguas de uno de los ríos más grandes y más contaminados del país. 

Pensar en qué futuro queremos para nuestros ríos es pensar qué futuro deseamos para nosotrxs y para los nuestrxs, pero también, insisto siempre, para otras poblaciones no humanas: para los bosques, los peces, el ganado, los lobos, los teporingos y una larga lista de entidades con quienes compartimos planeta.

Pensar en el río y pensar cómo el río es pensar en todxs.


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