Estos son fragmentos del ensayo que forma parte del libro Viajes al país del silencio editado por Gris Tormenta, en 2021.
Cerro de San Miguel, 3750 metros s. n. m.
En la cima está la ermita. Una imagen del santo custodia la modesta construcción. Llueve. Mi primer ascenso en la nueva versión de mí misma como montañista está marcado por la lluvia. Aunque en un principio fue la neblina. No sé en qué punto me di cuenta de que caminaba sola. Mis compañeros de ascenso, todos desconocidos, no están a mi alcance. Estoy caminando en medio de un bosque de pinos, en un paisaje nublado.
Como símbolo en mi historia familiar, esto significa recuerdo. Recordar e invocar la soledad más desastrosa. Me siento inquieta. Espero a alguien. Entre mis imperativos descubro el siguiente: «no caminar sola, nunca, menos entre la neblina». Como parte de un vocabulario de supervivencia que apenas se empieza a gestar, su origen es mi propia historia, o la historia familiar. Luego haré una versión propia de mi cuerpo en las montañas, así que este imperativo cambiará paulatinamente, conforme la montaña se vaya entretejiendo en mi vida de una forma material.
En la ermita, comemos cualquier cosa de lo que llevamos: sándwiches preparados entre la prisa y la desmañanada, o suculentas carnes frías y quesos bien seleccionados con anticipación a cargo de algunos compañeros para quienes la montaña también significa rito en la ingesta de alimentos.
Soy principiante, cometo errores, traje cualquier cosa, llegué a la montaña con el pelo empapado (nota número dos: «nunca bañarse el mismo día de un ascenso»). Nos cruzamos con otros montañistas, desconocidos. Aprendo pronto el código de estos intercambios:
—Buen camino.
—Buen camino.
Nunca nos volveremos a ver, solo cruzamos palabras. Deseamos algo para el otro caminante que nos ha deseado el mismo fin. Buen camino es continuar, sin dificultades. Es regresar. Es no sufrir inclemencias. No tener accidentes. Es profundizar en el amor a este gesto de caminar en soledad, o acompañadamente solitaria. Añado esas palabras a mi caminar a partir de ahora. Buen camino es el saludo que nos hacemos siempre allá arriba, en esos muchos arribas.
Malinche, 4461 metros s.n.m.
[Suspiro/pasos/un buen ritmo]. Montaña Montaña. Malinche. Mmm fin de semana de enero, no sé qué día es hoy, perdí la noción. Vengo de bajar la Malinche por primera vez hice la cima, me siento muy cansada, me caí, pero descubrí en esa caída una magia especial. Me gusto mucho caerme, supe caer (como en danza, anotación actual). Me siento muy orgullosa de haber cedido mi peso a la tierra y haber dejado que la montaña resolviera por mí, que me topara con una compañera y ella me detuviera. Me doy cuenta como he perdido el miedo a ciertas cosas. Sobre todo en ciertos territorios (¿sería mejor decir suelos? anotación actual). Me doy cuenta como he aprendido a caminar en arenales, escalando piedras, cómo he aprendido a mirar los cráteres, como he aprendido a ver hacia otros lados y ver las otras montañas, como he hecho lazos con lxs caminantes. Como empiezo a peder la timidez o las barreras para hablar con otras personas. Me siento bien, me siento hermosa, siento que mi cuerpo es más fuerte, estoy agotada…[pasos/un buen ritmo].
Xocotéptel, 3953 m. s. s. m.
Caminar con dolor. Así fue como empezó. Caminar en el ardor de llegar. Sintiendo el extremo del cuerpo o el cuerpo al extremo. Exaltaciones, historias. Grabaciones de pasos. Ensayos sonoros. Tener la claridad de que escribir de montaña significa escuchar la montaña, hablar con la montaña. Caminar con amigas, descansar con amigas en la cima, bajar con dolor hasta ignorar el dolor. Bajar sola y acompañada, acompañada porque estamos ahí en un pacto de cercanía pero cada cuerpo obedece a su propio ritmo. Silencio o parloteo, velocidad y camino pausado. Cada una decide el ritmo. Esta es una caminata de preparación. Unas buscamos entrenar para subir La montaña. Otras transitan duelos. Otras acompañan. Algunos amigos van por sus razones. Solo puedo hablar de esta compañía y tejido de amigas que somos y que fuimos las que nos dejamos doler y cansar completas para llegar a territorios desconocidos. Unas nos formábamos como montañistas, otras preparaban su migraciones.
Encontré que esos breves diálogos conmigo misma registrados en audio empezaban apuntar una escritura de escucha y experimentación. El cuerpo es el sensor. El cuerpo siente y escucha total y abierto.
Respiración que se agita y modifica.
Dice John Muir: “Los pinos me parecen los mejores intérpretes de los vientos”
El silencio es una especie de ruido, nunca hay silencio, está el oído-cuerpo amplío, expandido, no para de escuchar. Esa música de pinos vientos es solo una de las muchas que emite la montaña.